GRANDE ARTIGAS
EN LA ADVERSIDAD DEL DESTIERRO
La
fascinación de la personalidad de José Artigas, los
avatares de su destino y los años de expiación de su
grandeza han captado la atención, el interés y la
inspiración creadora del dramaturgo Alain Saint-Saëns.
La pieza suya, Artigas, no es una obra con un
propósito biográfico. Se centra en el drama del
Prócer tomado en la soledad impuesta del exilio
paraguayo hasta el fin de sus días y transcurre en
el período de sus últimos treinta años de
existencia. El escritor escoge tres momentos
históricos: el primero en 1831, cuando está José
Artigas en San Isidro de Curuguaty y que ya ha
pasado diez años de internación en la selva
paraguaya, instalado en la vivienda que él mismo se
ha construido. El segundo sitúa a José Artigas en el
calabozo del pueblo en septiembre de 1840. En cuanto
al tercero en el año 1845, presenta a José Artigas
ya reinstalado y viviendo en los alrededores de
Asunción por noble disposición reivindicadora del
Presidente del Paraguay, Carlos Antonio López.
En la adversidad de su retiro forzado
de 1820, José Artigas obtiene el afecto de la gente
y la respetabilidad que emana de su modestia y su
dignidad. ‘La gloria se gana con el debido respeto
a su propia integridad’, afirma en la obra teatral.
Es el período en el cual el Prócer se caracteriza
por su sentimiento muy humanitario como padre de los
pobres. Venerado por la gente y la tierra hermana
que lo acoge en su seno, se dedica a las labores de
labranza de la tierra de su chacra como un nuevo
Cincinato. Junto a él está siempre su fiel Ansina,
esclavo negro que rescató para liberarlo y quien
llega a ser una permanente compañía amistosa hasta
el fin de sus días. La obra lo presenta además en su
condición de poeta y payador. Ambos en buena medida
hacen figura de Don Quijote y Sancho Panza en la
proyección y el contenido de sus diálogos.
En San Isidro, José Artigas recibe al
sabio francés naturalista Amado Bonpland, puesto en
escena en el primer acto. Alain Saint-Saëns
introduce en esta parte las reflexiones que hace
José Artigas sobre el Estado Oriental, de cuya
creación se entera por el ilustrado visitante.
Cuando José Artigas se retiró del Río de la Plata,
había dejado triunfante el ideal de organización
republicana y de soberanía particular de los
pueblos. Mientras se hundía en la soledad de la
selva, nacía en tierra oriental una nación soberana.
El nudo dramático de la obra toma
forma en el segundo acto que se inicia con la
siniestra decisión de la Junta de sucesores del
Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia de
encarcelar, apenas muere el Dictador Perpetuo, al
venerable Artigas, ya un anciano de unos 76 años. A
continuación, Alain Saint-Saëns imagina un
extraordinario monólogo de José Artigas solo en el
calabozo, admirable en su estoicismo frente al
aislamiento más desolador.
La tercera escena del acto hace
sobresalir la reivindicación de Artigas por parte
del gobierno del Presidente Carlos Antonio López,
quien en un gesto magnánimo revelador de su
admiración, ofrece al anciano que fue Protector de
los Pueblos Libres una misión de instructor del
ejército paraguayo y le asigna una parcela con su
vivienda en la propia quinta de la residencia
presidencial de Ibiray en los alrededores de
Asunción. Alain Saint-Saëns sugiere, en el diálogo
de acercamiento entre los dos hombres, una
progresión en la percepción que tiene del Prócer
oriental el Presidente del Paraguay, determinante
para considerarlo durante cinco años, de 1845 a
1850, fecha de la muerte de José Artigas, como
asesor a su lado en el manejo del gobierno. Con el
emocionante monólogo final de Ansina en el epílogo,
Alain Saint-Saëns da mucha fuerza a la versión
legendaria según la cual José Artigas, al sentir que
iba a morir, exclamara: ‘¡Yo no debo morir en la
cama sino montado sobre mi caballo!’.
Alain Saint-Saëns,
brillante intelectual francés, con un dominio del
idioma castellano propio de su compenetración con la
cultura paraguaya y de nuestra región, procura en
buen investigador seguir fielmente los hechos que
mejor ilustran y trasuntan la personalidad del
Caudillo. Sobre todo, muestra una identificación
real con el drama del personaje al cual se ha
consagrado de lleno para ilustrarlo con su expresión
teatral. Consciente de que el ideario político es
inseparable de los rasgos de su perfil moral, el
dramaturgo en la obra destaca la austeridad de la
conducta de José Artigas, la sencillez de sus
hábitos, su elevado sentido del honor, y esta
dignidad que permiten entender mejor porqué tanto
desdeñaba títulos y privilegios individuales –
‘fantasmas de los pueblos’ como solía definirlos –.
Su entereza como una arrogante altivez para
enfrentar los momentos más cruelmente adversos de su
existencia son puestas en escena sin máscara. Alain
Saint-Saëns sabe transmitir perfectamente la
resignación varonil y el estoicismo medular tan
hispánico que caracterizaban la filosofía de vida
del Prócer. Así, el dramaturgo aclara la nobleza
inmanente de José Artigas en su obrar. Parafraseando
a José Enrique Rodó, fue ‘grande Artigas para
sobrellevar en la adversidad del destierro la
trágica expiación de su propia grandeza’.
Juan Enrique Fischer
Exembajador
de la República Oriental
del Uruguay en Paraguay