JOSÉ ENRIQUE NÚÑEZ TAMAYO:
UN POETA DIPLOMÁTICO.
José
Enrique Núñez Tamayo es un viajero empedernido bajo las
estrellas. A lo largo de su vida adulta, sus misiones
diplomáticas sucesivas lo llevan al Canadá y sus bosques
verdes sin fin, el Japón y sus olas al pie del monte Fuji
tales cuales las imagina el grabador Hokusai, los Estados
Unidos y el barrio multiétnico de Queen’s en Nueva York, el
desierto ardiente y los pozos
monótonos de petróleo de Qatar y Emiratos Árabes Unidos,
antes de unirlo a los lapachos en flor y el colibrí azul del
Paraguay.
Observador
sagaz, negociador astuto, profesor alumbrado y amado, José
Enrique Núñez Tamayo pertenece además al club selectivo de
los embajadores y cónsules, al mismo tiempo poetas
visionarios que tanto han aportado al mundo de las letras,
así como los chilenos Pablo Neruda y Gabriela Mistral, los
franceses Paul Claudel y Saint-John Perse, los Mexicanos
Octavio Paz y José Gorostiza Alcalá, los paraguayos Rubén
Bareiro Saguier y Carlos Villagra Marsal, y sus propios
hermanos ecuatorianos Gonzalo Escudero y Jorge Carrera
Andrade.
Poeta, José Enrique Núñez Tamayo, lo es sin duda alguna desde la
juventud más tierna. Muy temprano oye la llamada de la lira
y nace a continuación su deseo permanente por la palabra
pulida. Gana dos concursos de poesía, uno colegial y otro
nacional, y bien se vería en aquel entonces pasar su tiempo
escribiendo versos inmortales, hasta que entiende que sus
poemas, por hermosos que sean, no llenan su plato, y que un
mentor bien inspirado le oriente hasta una pasantía en la
Junta de Planificación, los estudios de Derecho y la carrera
diplomática.
Sin embargo, nunca renuncia a la poesía que es parte intrínseca
de su ser. En Nueva York, escribe poesía libre. En Japón es
el haikú que le fascina y le marca profundamente, tal y como
lo hace con el ex presidente permanente del Consejo Europeo
Herman Van Rompuy, quien llega a definirse él como un poeta
político-haikú. De esa época guarda José Enrique Núñez
Tamayo una preferencia cierta para una estrofa corta y
condensada.
Su interés y respeto por la mujer se afirman desde su niñez.
Confiesa el poeta ecuatoriano que vive en esa época ‘en un
mundo mágico de mujeres’, muy similar, en este sentido, al
de su colega embajador poeta y cuentista dominicano Marino
Berigüete, mundo en lo cual se destaca la figura progresista
de su abuela que el joven José Enrique visita cada año
durante las vacaciones de verano.
A
cada verdadero poeta corresponde su musa, fuente de amor
puro y símbolo de la belleza y la inteligencia del ser
femenino. José Enrique Núñez Tamayo encuentra a la suya un
día a la edad de 16 años durante un paseo con su hermano y
la novia de éste, Julieta, quien se acerca acompañada por su
prima, la pequeña Sonia Beatriz Mejía Rivas de 11 años. ¿Fue
la impresión sobre el joven poeta tan impactante como lo fue
la de Dante Alighieri con Beatriz Portinari por las orillas
del río Arno de Florencia? Sea lo que fuere, nunca se
separarán desde entonces, dice el poeta, transformando una
amistad de jóvenes en un amor eterno, hasta ese día fatídico
del 2 de julio de 2012 cuando un infarto cerebral la abate.
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Sonia Beatriz
Mejía Rivas en un conjunto azul floreado
y sus amigas en Barcelona en 2007 |
José
Enrique y Sonia Beatriz en Seúl, Corea en 2009 |
Comparten toda la vida un nexo intelectual de
lectura. Sonia Beatriz estudia Literatura en la Universidad
Católica de Quito. Pinta cuadros que vende solamente para
ayudar a fondos de beneficio, organiza tertulias y hace
conocer a su marido a sus amigos artistas de Ecuador.
Escribe poesías y anima a José Enrique a seguir escribiendo
poemas también que ella lee y hace su crítica con
perspicacia. Es Sonia Beatriz que impulsa a su poeta de
manera definitiva a abrazar la carrera diplomática.
De
la unión feliz y fructífera de los dos nacen tres hijos
cuyos destinos reflejan los gustos culturales amplios de sus
padres: Karen, la mayor, quien es diseñadora; Tarik Israël,
cineasta en China; y Melany, agente inmobiliaria en
Quito. La solidaridad con la
mujer que José Enrique Núñez Tamayo asume poco a poco al
contacto de Sonia Beatriz, al convertirse ella en su
consejera principal, crece aún más al criar a sus dos
hijas.
Quizá también las pinturas del pintor ecuatoriano
Oswaldo Guayasamín, dedicadas a mujeres, sea La natividad
de Tomi, Madre y Niño o aún Ternura, abran
más la consciencia de José Enrique Núñez Tamayo a la dureza
de la vida diaria de la mujer ecuatoriana, y más allá la de
América Latina, y le inciten a expresar su propio grito a
través de su arte de predilección. ‘El poema’, afirma el
poeta diplomático, ‘puede servir de cruce entre varias
culturas que descubrí durante mis misiones diplomáticas’.
Numerosos poetas paraguayos a lo largo de los dos siglos de
historia del Paraguay libre, soberano e independiente,
han cantado a la mujer paraguaya, desde Tristan Roca en
1867, quien le presta ‘voz temerosa y compungida,/que
clama por su patria y su bandera’, Claudio Romero en
1963 quien la ve ‘llena de luz, de gracia y de poesía’,
a José Monnín en 2012 quien le susurra ‘a ti también te
digo madre,/que eres mi kuña guapa…/ Mi mujer
paraguaya’.
El sociólogo Roberto Céspedes Ruffinelli la estudia
a través del cancionero, mostrando la evolución desde “La
serenata” de Epifanio Méndez Fleitas en 1949 a “La
bandida” del grupo juvenil de música popular urbana
Los Kchiporros en su CD de 2007, ‘Guaraní Cool’. Quizá
sea la canción ‘Recuerdos de Ypacaraí’ de Zulema de
Mirkin y Demetrio Ortiz interpretada por primera vez en
1952 que la inmortaliza. Sus palabras lancinantes
‘¿Dónde estás ahora kuñataí?’ todavía resuenan en la
mente del poeta paraguayo Juan Manuel Marcos en su poema
‘Julio Iglesias’, cuando escucha al cantante español
entonarla una noche en un estadio en Jerusalén: ‘Siempre
pensé que Julio Iglesias/no era uno de mis cantantes
preferidos/Ya no’. En cuanto a las pintoras Teresa
Alborno y Cristina Cabañas, la alaban de manera
pictórica en la Exposición de 2012, ‘Homenaje a la mujer
paraguaya’
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Cristina Cabañas, Mujer paraguaya. |
Teresa Alborno, Mujer paraguaya.
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en pinturas temáticas valiosas que por cierto hubieran
gustado sumamente a Sonia Beatriz Mejía Rivas.
Pero
ya no está la mujer adorada, fiel compañera quien
compartía los días y noches del poeta ecuatoriano.
‘Quedó un vacío muy grande’, admite con dolor
intensa en la voz José Enrique Núñez Tamayo. Para
quebrar el silencio pesado que le ahoga, el hombre
con el alma en pena decide sublimar el recuerdo del
ser querido, y reconstruir su quintaesencia a través
de un poema lírico, ‘hermosas loas a la mujer
paraguaya’ según las propias palabras de la poeta
paraguaya Estela Franco. El ‘Por mi soledad’ en la
última estrofa de la obra legitima plenamente la
búsqueda del Grial femenino por el poeta
diplomático, barquero de culturas, en un homenaje
suntuoso a la mujer del país que lo recibe.
Aunque dialoga sin interrupción con la mujer
paraguaya, José Enrique Núñez Tamayo conversa al
mismo tiempo con su esposa Sonia Beatriz. Le da a
leer cada estrofa que escribe, y cada vez que él
empieza una nueva, eso significa que ella le ha dado
el visto bueno crítico y cariñoso suyo para
continuar. De cierta manera, este poema lírico que
demuestra un conocimiento agudo de la historia y
sociología de la mujer paraguaya es un regalo
poético de agradecimiento a la mujer que fue su
hermana de corazón, su media naranja durante casi
medio siglo.
José Enrique Núñez Tamayo, el poeta embajador
sensible y gentil venido del país hermano Ecuador, a
punto de concluir su misión y poner el toque final a
su carrera diplomática, honra al Paraguay de la
mejor manera, con un texto lírico de referencia que
los niños paraguayos estudiarán en clase, y que
todas las mujeres paraguayas leerán con orgullo y
emoción.
ALAIN SAINT-SAËNS
Poeta y crítico literario
(Universidad del Norte, Asunción, Paraguay),
Autor de
El trébol de cuatro hojas.
Poetas paraguayos.
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